2 de febrero de 2024

A mí patas de cabra

y sortilegios.

Me miro las manos vacías
de vez en cuando, como sorprendida
de no encontrar en ellas
lo que estaba claramente ahí, 
ahí nomás...

hasta que apareció el Mago,
y con su gesto despiadado
lo desvaneció
por unos míseros aplausos.

Este corazón estaba marcado, como en los trucos de cartas
pero no solo tenía una esquinita rota este corazón:

había repartidos aquí y allá trocitos de esparadrapo,
unos cuantos puntos de sutura mal curados,
una cremallera medio desgarrada y sin broche
que no enganchaba ya por ningún lado,
un caminito casi recto de grapas en el ventrículo izquierdo,
en el derecho, tres clavos oxidados,
cinta compresiva ya sin presión ni comprensión
y unas cuantas vendas que se estaban despegando.

Este corazón todo roto y descosido 
que, por motivos obvios
ya solo tenía valor sentimental
me vació el pecho bien vacío.

Pero pienso:
«no puede haber ido muy lejos
sin dejar por el suelo
su rastro de desolación».

Y miro alrededor, por si,
como en los trucos de los magos
aparece donde menos me lo espero:
en el bolsillo de un pantalón
o dentro de un sombrero;

aunque ya no vuelva a funcionar
como en el truco del billete,
ni pueda ya cambiarse 
por otro nuevo.


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