Me apetece escribir algo de poesía esta noche.
Pero no tengo a quién.
Mi motivo y mi musa deben estar por ahí, divirtiéndose
puede que a mi costa.
Voy buscando un impulso, un estímulo,
más allá de la primavera. Algo que nazca de mí,
que me transpase,
como tantas otras veces.
O quizá no tantas.
Pero, como digo, están por ahí,
ajenos a mí, entretenidos en alguna otra cosa;
o quizá ni siquiera saben que están destinados a encontrarme
y que yo me impaciento ante su llegada.
También podría ser que a nadie le importe:
que no sea el asunto de nadie,
que verdaderamente deba ser así;
y que yo, en mi naturaleza reflexiva e inconformista
anhele algo que no ha de venir, que no tendría porqué pasar,
que no pasará.
Y me entretengo buscando espejismos
que me mantengan dormida,
que no me despierten,
que me dejen vivir en sueños.
Y cada vez es más difícil.
Es el efecto que tiene el tiempo en una máquina de sentir.
20 de abril de 2013
9 de marzo de 2013
Abrir los ojos, de nuevo
Es demasiado bonito para pensarlo.
Es demasiado fuerte para tener que olvidarlo.
Otra vez.
Ya es tarde.
Ha vuelto ese fantasma de mirada directa
y me ha vuelto a encerrar
en la jaula de sus párpados.
Y ya, aunque no le vea,
le tengo tras mis ojos.
Otra vez.
Recuerdo verle cada día, y sonreir,
y sentir su mirada, y buscarle,
y el latido del corazón al pasar por su lado,
y ese extraño hechizo paralizante
que actuaba entre nosotros.
recuerdo soñar con un encuentro,
el definitivo;
que cada vez parecía más cerca.
Lo tuvimos al alcance.
Pero nos faltaron las palabras,
lanzarnos sin miedo
al verdadero atrevimiento;
aprovechar la oportunidad
que no sabíamos íba a ser la última.
Y así, nunca ocurrió.
O, aun no ha ocurrido.
Después de tantos años,
bastó un segundo.
Le bastó un segundo para hipnotizarme,
para sacarme de donde estaba
y volver a convertirme en aquella que yo fui
y que podría seguir siendo
aquellos ojos abiertos que siempre se reciben.
Y ahora, sin querer,
(y sin poder evitarlo)
permanezco alerta
esperando otra aparición.
Empiezo a creer en el destino, a darle la oportunidad al azar
Pero es la esperanza la que juega en mi contra.
Por que yo nunca podría tener tan buena suerte
de que pasara lo que he imaginado mil veces.
Es demasiado bonito para pensarlo.
Es demasiado fuerte para tener que olvidarlo.
Otra vez.
Ya es tarde.
Ha vuelto ese fantasma de mirada directa
y me ha vuelto a encerrar
en la jaula de sus párpados.
Y ya, aunque no le vea,
le tengo tras mis ojos.
Otra vez.
Recuerdo verle cada día, y sonreir,
y sentir su mirada, y buscarle,
y el latido del corazón al pasar por su lado,
y ese extraño hechizo paralizante
que actuaba entre nosotros.
recuerdo soñar con un encuentro,
el definitivo;
que cada vez parecía más cerca.
Lo tuvimos al alcance.
Pero nos faltaron las palabras,
lanzarnos sin miedo
al verdadero atrevimiento;
aprovechar la oportunidad
que no sabíamos íba a ser la última.
Y así, nunca ocurrió.
O, aun no ha ocurrido.
Después de tantos años,
bastó un segundo.
Le bastó un segundo para hipnotizarme,
para sacarme de donde estaba
y volver a convertirme en aquella que yo fui
y que podría seguir siendo
aquellos ojos abiertos que siempre se reciben.
Y ahora, sin querer,
(y sin poder evitarlo)
permanezco alerta
esperando otra aparición.
Empiezo a creer en el destino, a darle la oportunidad al azar
Pero es la esperanza la que juega en mi contra.
Por que yo nunca podría tener tan buena suerte
de que pasara lo que he imaginado mil veces.
Es demasiado bonito para pensarlo.
5 de marzo de 2013
Unos versos de Montaigne
VI
Así
dice más de uno de mí, ¿de qué se queja tanto,
perdiendo
sus mejores años por cosa tan liviana?
¿Por
qué grita tanto si aún espera?
¿Y
si nada espera? ¿Por qué no está contento?
Cuando
estaba libre y sano, decía yo otro tanto,
Mas
en verdad que no tiene este la razón entera
Sino
el corazón gastado por cierto rigor fiero,
Si
se queja de mi queja y no entiende mi mal.
El
amor de repente con cien dolores me atraviesa
Y
me dicen luego que no grite.
No
soy tan necio que aumente mi mal
A
fuerza de hablar; si de él me pueden librar,
dejo
los sonetos, dejo mi cantar,
Que
quien me prohíbe el duelo, ese mismo me haga sanar.
XV
No
es amí, a quien así se engaña:
Que
sea con los niños con los que se usen astucias,
Que
no tienen gusto, ni entienden lo que oyen:
Yo
sé amar y también sé odiar.
Alégrate
de haberme cerrado hasta ahora
Los
ojos, ya es hora de que vea:
Y
que me sienta cansado y avergonzado,
De
haber orientado mal mi tiempo y mis cuitas.
¿Osarás,
habiéndome tratado así
Hablarme
nunca de entereza?
Te
complaces en mi temible dolor.
Me
prohíbes sentir mi tormento:
Y
quieres que muera amándote.
Si
no siento, ¿cómo quieres que te ame?
XX
¡Oh!
vosotros, malditos sonetos, que tuvisteis la audacia
De
molestar a mi dama, ¡Oh! Malignos y perversos,
¡Reproche
de las Musas y vergüenza de mis versos!
Si
os hago, si es preciso que deba
Confesar
que pertenecéis a mi raza,
Entonces
para vosotros nos se abrieron los riachuelos
De
Apolo el dorado y de las Musas de ojos verdes,
Sino
que fue Tisífone, en su lugar, quien recibió vuestro nacimiento.
Si
alguna vez paso a la posteridad
Quiero
que uno y otro sean excluidos de mi testamento.
Y
si al fuego vengador no os lanzo desde ahora,
Es
para difamaros: vivid, miserables, vivid,
Vivid
a los ojos de todos, privados de todo honor;
Pues
es para castigaros por lo que, ahora, os perdono.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)