23 de febrero de 2010

El secreto

Esperando a que la vela se consuma,
porque me han dicho que esta sensación
antes o después se esfuma,
mientras, guardo mis palabras
en un bote con perfume y luz de luna,
junto a mis secretos, y mis sueños,
que están dentro de mi pluma,
esperando que cambie mi fortuna...


Sigue ahí, en el armario.
Noto su presencia apagada.
¡Shhhh! Es un secreto.
No lo puedo contar, nunca lo sabrá nadie.

Está ahí, encerrado en el altillo de los trastos.
Muerto, como si alguna vez hubiese estado vivo.
Cerré la puerta con una llave que llevo siempre en el bolsillo,
con la esperanza de perderla algún dichoso día,
o dejarla olvidada en algún sitio al que no vuelva jamás.
Para que desaparezca de una vez, como si nunca hubiera existido.

He conseguido olvidarlo a veces, incluso durante días,
entre el ajetreo de la vida cotidiana, haciéndome la despistada
y dejando que mi mente, manteniéndose ocupada,
descansara por fin.

Pero al final siempre vuelve a aparecer, una y otra vez.
Siempre.
Si intento olvidarlo, se me aparece en sueños.
Si intento no pensar en ello, de repente me parece verlo en algún rincón inesperado de la ciudad, como un espejismo cruel. Naturalmente, en seguida me doy cuenta de mi error:
no puede ser,
no puede estar ahí, porque está encerrado en el altillo de mi cuarto.


Y que salga depende de mí, así que nunca saldrá.
Porque es un secreto.

Se quedará para siempre en su cárcel de madera,
mirándome a través de las puertas cerradas
esperando en vano que lo deje salir,
con esa mirada dormida, muerta,
congelada en algún instante remoto,
como la de un muñeco.
Igual de inquietante,
igual de serena.

He intentado escribirlo varias veces,
quizá para honrar su memoria y darle solemne sepultura, por fin
en aquel hueco en blanco que dejé en mi diario,
o quizá para inyectarle un leve soplo de vida, fugaz,
que se transforme en una cicatriz de tinta...

...pero nunca he encontrado las palabras
que le den la vida,
que le den la muerte.

Por eso sé que es un secreto,
porque aunque quisiera, no podría contarlo.
Nunca, a nadie.



Recuerdo el día que conocí la locura...
estaba perdida en las sombras
de una larga noche oscura,
cuando apareció ante mí
su extraña figura,


era pequeña de estatura
pero hablaba con soltura,
y estaba muy segura
de poseer mi cura,


Me miraba con ternura,
como intuyendo una relación futura...
entre la penumbra y la amargura
le dejé cogerme de la cintura
y coser mis heridas
entre palabras de sutura...



Volví a verla años después,
de la mano de la cordura,
se cobijaba en su hermosura,


...pero ambas estaban tiradas
en la basura.

1 de febrero de 2010

Metáfora de un derrumbe

Llevaba días notando algo extraño. Bueno, en realidad no era tan extraño, había imaginado alguna vez que aquello podría pasar, pero como pasa con los sueños, o con los productos de la simple evasión, no le había dado importancia. Aquella ensoñación apocalíptica había pasado casi desapercibida por mi mente, como pasan otras tantas que pertenecen a la pura imaginación, que nunca se piensan en serio.

Ahora me invadía el vértigo sólo de pensar que aquello pudiera ocurrir realmente.


Primero, el silencio.
Ese tipo de silencio que antecede cualquier tragedia,
como el silencio que se produce justo antes de una despedida,
como el silencio que se produce justo antes de un beso.
Ese silencio que, con una oscura perversidad, anuncia la catástrofe.


Después empezaron los sonidos. Ruidos sordos, procedentes de la madera vieja y putrefacta que se queja, de grietas abriéndose en la pared, de los cimientos de un edificio temblando ante una carga que no puede soportar. Sonidos que retumbaban hasta lo más hondo de mi interior, una señal de que ya no había vuelta atrás.


Quizás sí me había dado cuenta de que aquello se me venía encima, pero presa del pánico y la cobardía intentaba actuar como si todo aquello sólo fuera una mala sensación, una mala jugada de mi inconsciente, momentánea y pasajera. Algo sin importancia de lo que reirme más adelante.


Pero el vértigo era real.
Tan real como la punzada que me atravesaba el pecho, como las pulsaciones fuertes y aceleradas que avisan que esta vez sí va en serio,
tan real como el nudo de mi garganta, que no me dejaba tragar saliva, ni tampoco gritar, sólo podía abrir los ojos y observar en silencio cómo iba ocurriendo poco a poco todo aquello que me causaba tanto dolor, que me sobrepasaba. Como una espectadora ante su propia tragedia, que no puede sino callar ante la imperturbabilidad del desastre, que no cede a ruegos ni a llantos.


Y entonces, ocurrió.
Todo empezó a tambalearse, y el temblor se hacía cada vez más intenso
...me descubrí pensando: "...no, no, ...eso no...".
El suelo se quebraba bajo mis pies...
"no, por favor, eso no!"
...los grandes bloques de piedra que habían parecido indestructibles apenas unos meses antes se fracturaban, se desgajaban, y todo lo seguros que me habían parecido en el pasado no era suficiente ya para que se mantuvieran en pie.
..."no, ¡eso no!..."


Todo mi mundo se derrumbó,
conmigo dentro.


Aunque seriamente herida, logré sobrevivir.
Completamente desorientada después del desastre, no sabía si realmente valía la pena seguir con vida. Me encontraba cubierta por entero del polvo que había provocado el derrumbamiento, como una fina y delicada película que permanecía sobre mí, hecha jirones, un negativo parcheado de lo que ya no existía adherido a mi piel.


miraba a mi alrededor...
y sólo veía ruinas.


Y al verlas, podía sentir en mi interior los fantasmas que en ellas habían quedado encerrados, como una parte de mí que, enterrada viva, se encontraba en pleno delirio, a punto de expirar.
Durante un tiempo quise aferrarme a esos fantasmas, intentando, sin saberlo, revivirlos.
Pero el delirio se alargó.
Y aunque lo había visto con mis ojos,
aunque mis pies habían sentido el temblor de la tierra que pisaban,
aunque había caído y me había golpeado gravemente cuando todo se vino abajo,
seguía negándome a creer que realmente todo aquello había sucedido.


Miraba mis fracturas, por todo el cuerpo sangraban mis heridas.
Pero no podía ser.
No podía ser que ya no quedara nada de todo cuanto una vez había construido, aquello que había habitado,
que había formado parte de mí.


Ahora eran sólo ruinas, fantasmas, el recuerdo de lo que fue.
Esa película de polvo que se fundió con mi piel.






¿Reconstrucción?
¿Cómo puedo reconstruir un terreno en el que todavía hay ruinas?
¿Cómo puedo habitar en un lugar que sigue lleno de fantasmas?
La experiencia podría ser, ciertamente, fantasmagórica. Ningún proyecto serio puedo llevar a cabo en este lugar,




aunque, eso sí... me planteo la recalificación.