28 de abril de 2011

El fracaso relajante

He notado que ahora me muevo más tranquila.
Voy despacio, mis pasos no se dirigen a ningún lado.

Quizá lo que me inquieta es el tener prisa por tener que llegar a algún sitio.
Andar deprisa, con agobios, sin pensar en qué me voy a encontrar, 
sino en encontrarlo pronto; darme de bruces contra ello, 
sea lo que sea, y luego
¿QUID TUM?


Prefiero no tener un destino, o tener uno muy lejano, imposible,
para vivir en la serenidad del continuo fracaso, para andar despacito,
permitiéndome el lujo de pensar bien qué camino cogeré después
y cambiar de rumbo cada poco, 
andar por andar.


Ahora, por fin, estoy calmada,
sabiendo que voy a un lugar al que nunca voy a llegar
y no me importa, quiero caminar.