He notado que ahora me muevo más tranquila.
Voy despacio, mis pasos no se dirigen a ningún lado.
Quizá lo que me inquieta es el tener prisa por tener que llegar a algún sitio.
Andar deprisa, con agobios, sin pensar en qué me voy a encontrar,
sino en encontrarlo pronto; darme de bruces contra ello,
sea lo que sea, y luego
¿QUID TUM?
Prefiero no tener un destino, o tener uno muy lejano, imposible,
para vivir en la serenidad del continuo fracaso, para andar despacito,
permitiéndome el lujo de pensar bien qué camino cogeré después
y cambiar de rumbo cada poco,
andar por andar.
Ahora, por fin, estoy calmada,
sabiendo que voy a un lugar al que nunca voy a llegar
y no me importa, quiero caminar.
28 de abril de 2011
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