15 de noviembre de 2012

Un fantasma entre la multitud

Ayer le ví. Estuve tranquila hasta ese momento. No me dejé intimidar por el hecho de haber soñado con él esa noche, o quizá una de las pasadas, como una premonición. En el fondo sabía que no era tan raro verle por allí.
Él no me vió a mí, pero hubiera dado lo mismo.
Quizá sí me vió y apartó la mirada, que es exactamente lo que hice yo.
¿Para qué? ¿De qué me sirve verle, si es lo único que puedo hacer? Verle desde lejos e inquietarme. Ninguna conversación va a surgir, no vamos a intercambiar palabras.
Ni una siquiera.

Nos miraremos, en el mejor de los casos, en el mismo momento y con desdén. Sin enviar ningún mensaje, sin dejar que nos importe o nos influya de ninguna manera. Sin acercarnos, sin saludarnos, siquiera por educación. Ya no somos esas personas.
Dejamos de serlo en el mismo momento en que dejamos de mirarnos a los ojos.
Hace años.
Y cuando dejarnos de mirarnos, de enfrentarnos el uno al otro, enmudecimos.
Antes hubiera sido inevitable la explosión.

Ahora es casi una maldición. Soltar un improperio, aunque sea por dentro. Nos alejamos. Mis pies van en dirección contraria. Y si pudiera mirarle, probáblemente descubriría que él también se aleja cuanto puede. Y es inútil preguntarse el por qué.

Debí dejarlo en un beso.  Esa fue realmente la última vez que me miró.
Me miró a los ojos, y miró cómo me marchaba. Sentía su mirada clavada en mi andar, observando cómo me alejaba de él, inexorablemente.
Yo, por una vez.

17 de abril de 2012

Poison Prince Overdose

Qué dulce y adictivo. Qué bien se siente.
Es un licor de efecto lento.
Te acelera el corazón,
te eriza la piel,
te nubla la mente, te hace creer
como en un sueño.
Tarda días, incluso semanas en hacer efecto.

Cuando por fin tu cuerpo lo asimila, lo digiere y pasa a formar parte de ti
cuando ya no lo notas como algo extraño,
y te deja ese sabor amargo
parecido al que deja el chocolate,
cuando te empieza a costar tragar saliva..

Entonces, y sólo entonces
te das cuenta de que era veneno,
un veneno paralizador, que anula tus sentidos
mientras destroza todo cuanto encuentra a su paso.

Un veneno que cada vez tiene un sabor diferente
por lo que es imposible de identificar,
hasta que no sientes sus efectos.

Y se repite, una y otra vez
¿Cuántas veces se puede sobrevivir a este veneno?
¿Quién coño se ha encargado de difundir la receta a cualquiera que pasara por su lado?

La solución no puede ser dejar de creer en la gente
aunque lo parezca.

No busco un antídoto, por que no lo hay
sólo espero que el efecto me haga recordar, la próxima vez
aunque no creo que lo olvide, como nunca lo olvidé.
No quiero más de esta poción. Ya he tenido más que suficiente,
más de lo que me correspondía.
Y la sobredosis está a punto de aniquilar lo que me quedaba de esperanza.

11 de abril de 2012

Máquina de sentir -- [Low Battery] --

Ahora que estoy cerca del año sin publicar nada, aunque haya abandonado mi labor hace ya tiempo, me siento a reflexionar. Todo este tiempo he estado, como se suele decir [muy vulgarmente], viviendo. Viviendo historias tan trepidantes como delirios, pero también estudiando, leyendo, escribiendo cosillas, descubriendo otras tantas, divirtiéndome y sufriendo, cuando tocaba. He llegado a muchas conclusiones, he aprendido.
He localizado cosas que no me gustan y por las que no volveré a pasar y otras que por el contrario me gustaría repetir.

También he recibido alguna bofetada del pasado, pero nunca es igual. Siempre aparece diluido en situaciones nuevas. Y se repite una y otra vez, y cada vez es más extraño. He sentido el desapego como nunca antes, y he renegado de lo que sentía. He pasado página... varias veces.

Sé que si hubiera [por alguna triquiñuela del destino] leído estas palabras hace dos o tres años jamás se me hubiera ocurrido que pudiera haberlas escrito yo, y eso también me enorgullece.
Pero he perdido algo:

algo que me llenaba de vida entonces y que ahora me cuesta rastrear. Quizá ha sido el precio por dejar de sentir tan intensamente y colocar cada cosa en su cajita,
en su preciso lugar [de importancia], por hacerme fría y [más]racional;
por aprender, por fin, a dejarme llevar, guardando los sentimientos bajo llave.
He perdido la poesía.