10 de marzo de 2019

Lo que más me gustaba de él
era que me daba pie
a decir todas esas frases
que tan ensayadas tenía
y por fin había alguien
que quisiera escucharlas
como quien se ofrece para ensayar un guion.

Yo las pronunciaba entonces, convencida
haciendo el papel de mi vida.
Él me escuchaba en silencio
y no entendía nada,
pero me miraba con cara
de querer intentarlo.

Él sacaba esas palabras de mí
indescifrables, inexpugables,
que tanto tiempo habían permanecido
estériles, enraizando.
En ese momento
él intentaba entender
resolver el rompecabezas
que le estaba planteando
como si tratara de resolver
un problema matemático.
Como quien lee un manual de instrucciones
de un corazón hecho pedazos.

Quizás dije alguna frase
cuando no tocaba
solo porque la tenía
muy bien ensayada.

Pero él nunca entendió nada
aunque quiso intentarlo
quizá no lo suficiente,
seguro que no demasiado.
Quizás nunca quiso resolverlo
solo pasar al siguiente nivel.
Hizo lo que pensó que tenía que hacer:
interpretar su papel
de hombre escuchando.
Decir las palabras que parecen adecuadas,
cambiar el guion, para hallar una salida
de aquel laberinto cerrado.
Quizás resolvió el problema
por un instante,
y tan pronto dejó de mirarlo
todo volvió a enredarse.

Y ya no quiso solucionarlo.

Y un montón de frases se fueron acumulando
sin tener unos oídos que traspasar
sin tener a nadie interesado en escuchar
el mantra lapidario
las últimas palabras, el adiós razonado
que no admite réplica.

Y ahora qué.
Un muro de silencio y desinterés
fingir que nunca ocurrió
para poder olvidarlo.
Aferrarse a lo que nunca dijimos
para redibujar los caminos
que no llevan a ningún lado.

Como si solo las palabras pudieran cambiarlo todo.

Como si lo que sucede fuese solo lo que se dice.

(Yo le creí, todas esas cosas que dijo
con tanta naturalidad, que parecían verdad,
aunque solo fuesen una posibilidad
muy remota).

Y fui yo, solo yo
quien tuve que escenificar esa pérdida
continuar sola con la obra
ponerle palabras a ese final
indescifrable
que ya nadie iba a escuchar.

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